JOSEP MARIA FOLCH I TORRES (Barcelona 1880-1950)-
-IMAGEN ESCANEADA DE UN LIBRO QUE TENGO EN CASA-
BONES TARDES:
A Valencia fa una tarda gris. Ara tinc una mica de temps i amb poso a traduir aquesta Historieta Exemplar, que conservo, amb molt de carinyo.
PAU I BE.
Desde Valencia amb carinyo
BUENAS TARDES:
En Valencia hace una tarde gris, ahora tengo un poco de tiempo y me pongo a traducir esta Historieta Ejemplar que conservo con mucho cariño.
CACAHUETES Y AVELLANAS.
Delante de una parada de cacahuetes y avellanas, estaba inmóvil un chico pobremente vestido.
Con un dedo en la boca, y la otra mano en el bolsillo contemplaba con avidez, aquellas golosinas, que quizás no había probado nunca, pero de las cuales adivinaba y presentía el sabor estimulante, tan querido por los paladares infantiles.
Sus ojos, llenos de gula, se iban al cajón de los cacahuetes y al de las avellanas, para posarse después en el barreño de las chufas remojadas, gordas y empapadas de agua, y en los compartimentos de la parada, dedicados a las a las chufas secas, los garbanzos y todas aquellas cosas buenas para comer, de las cuales se desprendía un olor apetitoso, que lleva recuerdos de domingo por la tarde.
Aquel chico no se sabía mover de la parada.
Cuando ya lo había mirado todo, volvían sus ojos a empezar la inspección, cajoncito por cajoncito. Y de tanto en tanto hacía una pequeña mueca con la boca, como si se tragase la saliva que la tentación le había hecho brotar de las mucosas.
Tanta era la atención que ponía aquel chavalillo en la contemplación y admiración de aquellas golosinas, que no se había fijado en qué, desde el ángulo de la misma parada, una chiquilla, más harapienta que él, se lo estaba mirando hacía rato.
Así como él era un chico de porte serio y enfermizo, ella, la mocita, tenía unos ojos que parecían dos chispas, y una naricilla respingona, que parecía que hablaba.
Se miraba aquel chiquillo con mirada entre compasiva y burlona, adivinando, seguramente, todo la que pasaba por el espíritu del muchacho, conociendo sin duda, la gula que le hacía nacer aquella contemplación.
Hasta buen rato más tarde. no se dió cuenta de aquella mirada que lo observaba con tanta atención; y, al toparse sus ojos con los de la chiquilla, se sorprendió al ver que ella le sonreía con cierta malicia.
Más avergonzado, al darse cuenta de que había estado objeto de observación, iba a retirarse, cuando ella, con una gracia y una franqueza que parecía que se conocieran de mucho tiempo, le dijo:
-¿Qué te gusta más, los cacahuetes o las chufas?
El mocito volvió a mirarse los cajoncitos de la parada, y después no supo que responder.
Ella, sin esperarr a que le diese la opinión que había pedido, ni que le preguntase la suya, añadió:
-A mi me gustan los cacaos.¿A tí también verdad?.
El chico se encogió de hombros ¿Que podía decir si nunca había probado ni una cosa ni otra?
-¿Qué no tienes lengua?-le preguntó ella, acentuando la mofa, al hacer la pregunta.
-Si-respondió él seriamente-;pero no se que gusto tienen.
-¿Qué dices que no sabes que gusto tiene? ¿Es qué no has comido nunca?
-Nunca
La chiquilla se quedó tan sorprendida que sólo supo que hacer sino mirarse a aquel chico con cara de compasión.
-¿Y porque no compras?-lepreguntá la chica al cabo de un buen rato.
-Porque no tengo céntimos.
-¿Qué no mendigas?
-¡No!-respondió el chico con una gran dignidad, y como si se sorprendiera mucho de aquella pregunta.
Y al cabo de un rato, añadió:-¿Y tús padres, que no te dan dinero?
-Mi padre recoge papeles y yo le ayudo, y con mucho trabajo tenemos dinero para comprar pan...Y una vez que me encontré cinco céntimos, cuando me acordé que mi padre hacía dos días que no fumaba, quise comprarle un caliqueño.
-Yo no tengo padre; pero si el hombre que me hace mendigar no tuviese tabaco, yo no le comopraría un caliqueño.Demasiado que me chilla cuando no le llevo todo el dinero que él quiere...¡Qué feliz eres tú teniendo un padre que no te chilla.! Si yo lo tuviera, no me haría nada no probar nunca más cacahuetes.
De repente, la niña se interrumpió, pues en aquel momento pasaban dos señoras cerca de allí, y el chiquillo vió como ella, hizo sin ningún esfuerzo una postura afligida y un hablar lastimero, avanzó pidiendo limosna para sus padres enfermos.
Aquellas señoras le dieron cinco céntimos.La niña se los guardó en la mano cerrada, y después de mirar a su alrededor para ver si el hombre que la hacía pedir limosna no la espiaba, se acercó al cacahuetero, y con tono de triunfo pidió:
-Póngame una mezcla.
Mezcla quería decir un poco de cada cosa: cacahuetes, avellanas, chufas...
-Ten, chico. Ahora no podrás decir que nunca los has probado.Para las manos.
Le había dicho esto tan resueltamente, que él no supo que responder.Sólo al cabo de un rato, después de haber comido algunos, se dió cuenta que la niña lo contemplaba sonriente.
Entonces, el, cogiendo al azar con las puntas de los dedos unos cuantos cacahuetes, se los dió diciendo:
-¡Al menos come tú también!.
Desde aquel día, el hijo del hombre que recoge papeles sintió una gran admiración por el estamento de los mendigos, pues a su entender eran gente que comían cacahuetes cuando querían y aún tenían el lujo de hacer caridad a los que no mendigaban.
PAZ Y BIEN.
Desde Valencia con cariño, Montserrat Llagostera Vilaró